jueves, 1 de febrero de 2007

VOLAR DEL NIDO

Intuyo las razones, pero sencillamente no me apetece enfadarme enumerándolas. El caso es que últimamente muchos compañeros se van de la empresa en la que trabajo. Se van a ocupar nuevos puestos, más altos por lo general, con mejores condiciones y sueldos más altos. Sin embargo se despiden con una mirada huidiza, triste, apagada... Nadie les ha echado, ellos eligen irse. Entonces yo me pregunto... ¿se trata de melancolía anticipada o de cortesía? Me explico.

Melancolía anticipada porque abandonan el nido, la mano que les ha dado de comer todos estos años. Han aprendido y eligen lanzarse a vuelos más altos. Pero saben que echarán de menos el calor de la teta de la que se han alimentado todo este tiempo.






¿O quizás sea cortesía? Estaría feo irse dando brincos y besos alegres a todos los que nos quedamos, sentados, en la misma silla de siempre, observando el vuelo de los pájaros. No sería educado. ¿Realmente sería una falta de respeto hacia los compañeros mostrar alegría en todo su esplendor? ¡Qué mundo más complicado y absurdo éste en el que vivimos!

Cansada de tanto interrogante navegando entre mis neuronas le he preguntado a uno de los que se despiden el porqué de su aparente tristeza. Sorprendido, pues hasta ese momento yo había sido invisible, (el flash ha durado poco enseguida regresé a mi condición incorpórea, afortunadamente) me contestó que le daba miedo. ¡Toma ya! Eso si que no me lo esperaba. En ese momento entendí las miradas de cada uno de los que han abandonado el barco. No era tristeza sino miedo. Pero no ese miedo que te paraliza y no te deja avanzar. Sino ese otro tipo de miedo, como el que sentiste la noche previa a comenzar las clases en el instituto, al primer examen universitario, o a debutar en el mundo laboral. Ese miedo que te hace preguntarte una y otra vez si estás preparado, sí estarás a la altura , si lo soportarás. Y yo que creía que se trataba de un pavor propio de la edad, descubro que siempre está ahí. Que romper con la rutina, con la calidez de lo conocido, nos impone respeto, y de un modo tan peculiar el pájaro regresa a los sentimientos del polluelo que se lanza por primera vez, como si los años no pasaran.



Así que desde mi silenciosa "invisibilidad" me alegré por el compañero que se alejaba deseándole una noche probablemente intranquila pero cargada de ilusión. Feliz vuelo compañero.

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