Caminante incansable. Ciudadano del mundo. De todas partes y de ninguna. Deja un trocito de su corazón allá donde pisa, porque respira a las gentes, eso es lo que le llena y le anima a seguir adelante. Filósofo a pie de calle. Un pañuelo en el suelo, con piedras talladas encima, pendientes, historias y recuerdos que contar. Si por un casual tienes la suerte de pararte ante su puestecito y le miras a los ojos, te abrirá su corazón. Y de pronto ese trocito de asfalto se convertirá en un improvisado lugar para exponer sus ideas, sus sueños su especial filosofía de vida. Sin tiempo ni espacio definidos, sólo vosotros hablando ajenos al mundo, embelesándote con sus palabras. Palabras bellas, llenas de amor, amor fraternal, pasional, por la vida, por las personas, por la literatura, por el saber, por la ciencia, por la religión... Manolo tiene unos ojos muy especiales, ha visto mucho mundo como para que en sus pupilas no se vean reflejados los rincones más insólitos del planeta. Ha sufrido mucho, probablemente no más que cualquier otro, pero él lo vive todo con tanta intensidad que disfruta cien veces más de un instante y sufre cien veces más por un suspiro. Vida bohemia. Simplemente vivir con lo mínimo y disfrutar de la vida, una bonita teoría que le abofetea de vez en cuando en la cara, pero él disfruta intentándolo. Porque ante todo, Manolo es un soñador de los que ya quedan pocos. Le gusta contar sus historias porque oírse le hace bien, le hace recordarse el “porqué” y el “para qué” de su caminar. Tiene dieciséis hijos, y va a por el número diecisiete. Él dice que tiene mucho amor que dar y que le encanta abrazar a sus hijos y saber que son parte de él y serán el legado que deje en el mundo cuando ya no esté.
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