martes, 6 de noviembre de 2007

ONCE AÑOS

Acompaño al Duende hoy con un asunto un poco más serio... y que invita a la reflexión... hagamos el esfuerzo de meter nuestras santas narices en nuestros propios asuntos... que seguro que todos tenemos bastantes cosas con las que entretenernos... y el que no y le ofrezca alguna duda... que se los invente!
CRISSY


Historias del Reino “ONCE AÑOS” por Margarita Torres

TIENE ONCE AÑOS, la edad de jugar, la víspera del tope en la que la sociedad, de un soberano bofetón, te coloca en la preadolescencia para que comiences a hablar de chicos y de ropa como si el éxito en la vida radicara en la conquista pirata de los primeros, por aquello del usar y tirar, y el derroche del culo tatuado con la marca en el segundo. Cuando ingresó en el Hospital del Bierzo, en esa ciudad a la que en alguna televisión nacional ávida de truculencia a la hora de comer denomina pueblo de mediano tamaño, alguien hizo rodar la nueva para convertir un problema íntimo en motivo de divagación de bar de los españoles, para transformar una situación que requiere un mimo extraordinario en el trato mediático, judicial y médico, en una conversación de corrillo. Y es que tiene todos los ingredientes de un culebrón truculento, de esos que tanto nos gustan cuando tomamos café entre imágenes de Paquirrín y Borja Thyssen y conocemos de primera mano sus cuitas de chicos malcriados, atados a recauchutadas busconas, dispuestos a mercadear sus miserias a cambio de unos ceros en el talón de la mezquindad y la basura.
Algunas noticias no deberían nunca serlo y silenciarse por el bien del menor, que es el único importante y el único que sufre. ¿Qué se gana con el morbo de una niñita asustada? ¿Y con los problemas psicológicos que, a estas horas, le ha planteado tanta repercusión pública, tanta pregunta extraña? Y es que con once años, por mucho que se empeñen algunos, no se tiene la madurez suficiente para ser madre. Con once años, una niña necesita que la cuiden a ella. Y no me vale el argumento fútil del si puede concebir, puede parir. Probablemente ni siquiera supiera que así nacían los peques, ni se imaginara que ese pariente que la incitó, y a quien tal vez siguió el juego, pudiera provocarle un riesgo mortal, para su vida o para su futuro.



La edad como yunque que desgasta el martillo del consumismo vital ajeno, cimentada sobre los rumores de unas relaciones sexuales con varón de su propia familia, menor al parecer, potencial sospechoso, candidato a imputado de delitos penales, puñado de palabras cargadas de dañina malignidad que circulan libres. A estas alturas, el bosque de las malidicencias ha escondido lo único importante. La niña y su protección han pasado a ocupar un segundo lugar en beneficio del morbo más podrido de una sociedad que hace aguas.




Debatimos si puede o no abortar, si moralmente está preparada para seguir un embarazo o los factores psicológicos y sociales del caso la desestabilizarán de por vida. De momento, ya ha quedado marcada por una sociedad hipócrita, con mucho que ocultar, y que gusta seguir la desgracia ajena como vía de escape para sus propias angustias.


Ojalá la Fiscalía continúe manteniendo la prudente actitud de la que ha hecho gala, ojalá, también, esta pobre niña pueda recuperar su vida y este episodio pronto se olvide en Ponferrada, ojalá, finalmente, que dejemos algún día de juzgar a los demás y cargar las tintas de la opinión sobre las debilidades y problemas de otro.


Ya saben que el mejor de los maestros advirtió: quién esté libre de pecados...

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